
El Veto y Los Votos
Los vetos del presidente en año de elecciones. Un capricho o una salvaguarda en un intento por mantener el equilibrio fiscal?

Por Humberto Benedetto - Parlamentario del Mercosur (M.C.)
En las últimas semanas, el presidente Javier Milei ha vetado seis leyes sancionadas por el Congreso, todas con fuerte contenido social: aumento jubilatorio, moratoria previsional, emergencia en discapacidad, financiamiento universitario, refuerzo al Hospital Garrahan y asistencia a Bahía Blanca. El argumento oficial es claro: preservar el equilibrio fiscal. Pero en el marco de las elecciones de octubre, el veto no solo es una herramienta institucional, sino también un gesto político que puede alterar el mapa electoral.
Las leyes vetadas no fueron caprichos legislativos. Representan demandas concretas de sectores vulnerables: jubilados que no llegan a fin de mes, personas con discapacidad que enfrentan recortes en prestaciones, universidades que denuncian parálisis presupuestaria, hospitales que no pueden pagar salarios, y ciudades golpeadas por catástrofes climáticas. El Congreso, con mayoría opositora circunstancial, respondió a esas urgencias con proyectos que, según estimaciones oficiales, implicarían un gasto anualizado del 2,5% del PBI. Para Milei, eso es inaceptable: “Condenaría a nuestros jóvenes a más emisión, inflación y pobreza”, dijo al justificar los vetos.
Desde una lógica fiscalista, el veto es coherente. Milei ha construido su narrativa sobre el déficit cero como dogma. Vetar leyes que comprometen ese objetivo refuerza su imagen de presidente austero, dispuesto a pagar el costo político de sostener el rumbo. Para su núcleo duro, es una muestra de convicción. Para sus aliados, una señal de que no cederá ante presiones. Y para los mercados, una garantía de disciplina.
Pero la política no se mide solo en coherencia técnica. También se juega en el terreno de la sensibilidad social. Vetar un aumento jubilatorio o una ley de emergencia para personas con discapacidad puede percibirse como insensibilidad o desconexión. En un país donde la empatía con los sectores vulnerables sigue siendo un valor transversal, el veto puede convertirse en símbolo de abandono. Y eso, en campaña, cuesta votos.
La oposición lo sabe. Por eso convirtió los vetos en bandera. Unión por la Patria, el radicalismo y otros bloques ya trabajan para reinstalar las leyes y forzar al Congreso a rechazar los vetos. Si lo logran, será una derrota política para el Ejecutivo. Si no, al menos habrán instalado un relato: el presidente que le dio la espalda a los jubilados, a los estudiantes, a los enfermos.
¿Puede el veto definir la elección? No por sí solo. Pero sí puede inclinar la balanza en provincias donde el impacto de las leyes vetadas es más directo. En Córdoba, por ejemplo, el Hospital Garrahan atiende a miles de niños cordobeses. En el conurbano bonaerense, las universidades públicas son un motor de movilidad social. En el norte, la moratoria previsional es clave para miles de adultos mayores sin aportes completos. En esos territorios, el veto puede convertirse en un factor de movilización.
Milei apuesta a que la polarización lo proteja. Si logra instalar que el Congreso actúa como una “mayoría circunstancial” que busca sabotear su gestión, puede convertir el conflicto en una nueva batalla contra la “casta”. En ese escenario, el veto no resta: suma. Pero si la oposición logra articular un discurso que combine sensibilidad social con responsabilidad fiscal, puede erosionar el capital político del presidente.
El veto, entonces, no es solo un acto administrativo. Es una declaración de principios. Y en tiempos electorales, los principios también se votan. Milei eligió vetar. El electorado decidirá si ese gesto fue valentía o indiferencia.